“Una mañana diferente”, un cuento donde nuestra protagonista descubre que algo extraño le sucedió mientras dormía - Billiken
 

“Una mañana diferente”, un cuento donde nuestra protagonista descubre que algo extraño le sucedió mientras dormía

Billiken te propone un cuento para leer con tus hijos. Hoy, una nena se mira frente al espejo al levantarse y la imagen que le devuelve la desconcierta un poco…

Por Rodolfo Piovera

Escuché clarito la voz de mamá: “¡Isa… levántate que vas a llegar tarde a la escuela!”. Nada nuevo. Siempre me llamaba a esa hora de la mañana, bien temprano, cuando la cama se ponía más linda que nunca. Yo entonces empezaba despacito-despacito con la rutina de siempre, apartaba las sábanas, me ponía de pie como una zombi y caminaba derechito, o más o menos derechito hasta el baño. Primero el pis, claro, y después a lavarse la cara. Todo lo hacía con medio ojo abierto y el otro todavía cerrado. Bien. Lo siguiente era mojarse la cara con las dos manos para despertarse de una buena vez. ¿Quién no conoce esta rutina? Todos la cumplimos, ¿no es cierto? Lo cuento con tanto detalle porque esa mañana ocurrió algo inesperado, algo tan extraño que todavía… Bueno, no me quiero adelantar. Sigo. No bien abrí la canilla para mojarme las manos noté algo raro, como si tuviera puesto un par de guantes. Entonces me miré al espejo y… ¡Dios mío! Ahí estaba una enorme cara de oso panda de peluche y no la mía, la de Isabela, que así es como me llamo. Me miré el cuerpo, las manos, los brazos, las piernas, otra vez la cara… No era Isabela aquella persona sino un oso de peluche, uno bien grande, porque era tan alto como yo.

–¡Isabela! ¡Se hace tarde!

Otra vez era mamá y ahora llamándome por el nombre completo. Eso pasaba cuando perdía la paciencia. Si no, era Isa, nada más. Bueno, sigo con mi historia, que es alucinante. Estaba convertida en un oso de peluche, lo que significaba, pensé de inmediato, que seguía dormida. Me reí. Juro que me reí de mí misma, una risa chiquita, y decidí mojarme bien, pero bien-bien la cara para despertarme de una vez. Agua, agua, agua. Mucha agua en la cara, las manos llenas de agua. Y de vuelta a mirarme en el espejo… Y ahí estaba, por fin, Isa… ¡No! Estaba de nuevo ese oso de peluche que ya me caía bastante antipático, porque no tenía esa clásica expresión de animalito bueno, sino una de horror. ¡Era yo que estaba horrorizada! En pocas palabras: me había convertido en un oso de peluche. En una osa, para ser más precisa.

–¡Isabela! ¡Subo a buscarte!

Qué hago, pensé. Qué hago. Mamá abriría la puerta y moriría del susto si me viera así. Miré a mi oso de peluche de verdad, el de juguete que estaba sobre la cama, para ver si le había pasado algo, si se había transformado en una Isabela en miniatura, pero no, seguía siendo un oso de peluche chiquito, blanco y negro. ¿Qué había sido de mí? Pensaba, hablaba y sentía un cuerpo, sin embargo no era yo, no era Isabela, sino una osa peluda con hocico y orejas grandes. Me metí en la cama de nuevo. Me dije: “Empecemos el día de vuelta, como si nada hubiera pasado”. En ese momento mamá abrió la puerta y entró al cuarto. Yo estuve rapidísima y alcancé a cubrirme la cabeza con la sábana.

–¿Todavía no saliste de la cama? ¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal, hija?

–No, mamá, estoy bien. Ya me levanto, ya me levanto.

–Bueno, apurate porque vas a llegar tarde.

Y salió del cuarto. Ah… qué alivio. Uno momentáneo, pero alivio al fin. Cerré los ojos y me destapé, rogando que cuando los abriera aparecieran mis queridos brazos y mis queridas piernas… pero no. Seguía metida adentro de una osa de mi tamaño. Entonces no aguanté más y me largué a llorar con la boca bien abierta, fuerte, tanto que seguro se oyó por toda la casa como una sirena de bomberos: “¡Buaaaaa!”

Mamá llegó corriendo.

–¡Isabela!

Me callé al instante y la miré con los ojos llenos de lágrimas. No dije nada. No sabía qué decir, por otra parte. Hablo ella, entonces.

–¿De dónde sacaste ese oso enorme? ¿Quién te lo dio?

–Mamá –dije compungida.

–¡Dijo mamá! Ah… pero es como una muñeca que habla. Debe salir carísimo. Isabela, ¿Dónde estás?

Jugué mi última carta y le seguí la corriente. Necesitaba tiempo para pensar y averiguar cómo podía salir de ese lío.

–Estoy en el baño, ya salgo.

–¡Habló otra vez el oso!

–Je, je… Soy yo. Es que tiene un parlante en la panza.

–¡Qué divertido! Bueno, ahora bajá rápido y me contás de dónde lo sacaste. Dale, que ya estás llegando tarde y todavía no tomaste la leche.

Y se fue. Y me dejó sola con mi angustia, con mi cuerpo de osa panda a dos colores, toda cubierta de pelos, pesada y robusta.

Salí de la cama, me puse el guardapolvo, que no me pude cerrar porque estaba gordísima. Me calcé la mochila en la espalda con mucho esfuerzo, y bajé las escaleras con mis patas redondas para ir a desayunar, uf, uf, uf. Mamá acababa de llenar mi taza con leche tibia.

Ilustración: Catriel Tallarico

–¿Querés una tostada? –dijo.

–Dale –le contesté.

Y recién entonces, me miró.

FIN

(Publicado en la edición 5133 de Billiken)

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